sábado, 5 de febrero de 2011

Constitucionalismo semántico

Hace 94 años se promulgó la Constitución mexicana de 1917. El oficialismo de los subsecuentes años se encargó de ponerle nombre y apellido a aquella revolución social que logró plasmar en la Carta Magna los bellos ideales del movimiento armado, de ahí la más terrible paradoja: una Revolución Institucionalizada. Sin embargo, desde el inicio existieron graves y serias deficiencias: los derechos habían quedado subordinados al ejercicio caprichoso del poder político en turno. La ausencia de controles políticos para el ejercicio del mismo, desembocó en el engendro denominado presidencialismo mexicano. Los derechos sociales por ejemplo, pasaron a formar parte de las políticas del gobernante bonachón y benefactor, quien dirigía los aparatos públicos a su antojo y bajo la mayor discrecionalidad absoluta. La ausencia de controles que limitara el poder político del Presidente fracasaron. La realidad significó un atraso en nuestra cultura política y un débil o nulo respeto hacia la Constitución.

En México todo fue y sigue siendo negociable, desde la más mínima multa impuesta por algun agente de tránsito, la compra de servidores públicos, la corrupción y desvío de recursos en las licitaciones públicas, concesiones de los medios de comunicación y telecomunicaciones en el país, una irresponsabilidad colectiva, entre otras barbaries que provocan que esto se convierta en una selva primitiva donde cada quien lucha por la sobrevivencia. En pocas palabras, le damos una mordida a la Constitución cuando queremos y en donde queremos. No importa que sean derechos humanos los que se pisoteen o el mismo Estado de Derecho. Invocamos la indiferencia, la injusticia, y hasta en nombre de los valores supremos de la misma, se actúa con el mayor despotismo e ilegalidad. Nada mejor para ejemplificar aquello como la Ley de Herodes.

Pero parece que los actores políticos en el país no piensan de esta manera. Cada vez que sucede un evento político relacionado con el aniversario de la Constitución veneran el texto como si fuera sagrado e inviolable, al unísono se dedican de manera retórica a alabar las virtudes de la misma, hablando de una realidad distinta a la mexicana. Somos herederos de una cultura política autoritaria, de negociación y de ofrendas políticas hacia los salvadores de la patria, ya sea que tengan forma de dictadores o simplemente personifiquen de manera carismática la salvación de los problemas más agudos del país y el inmenso descontento social. No estamos acostumbrados a que las instituciones funcionen por sí mismas. Muchos en el país siguen necesitando esa dosis de autoritarismo oficialista que brindaba la facilidad para movilizar y destroncar la supuesta parálisis gubernamental y la falta de fortaleza del ejecutivo federal personificado por antonomasia en el Presidente de la República. Pero los regresos al autoritarismo se ven en pleno siglo XXI fácilmente, inexistencia de un federalismo, o bien, la consagración de caciques locales posmodernos que dificultan la labor gubernamental.

A 94 años de la Constitución y a ya casi doscientos años del inicio del constitucionalismo mexicano, no hemos aprendido a respetar esos pactos políticos consagrados en ese texto fundamental. En muchas ocasiones de la historia se alega la marginación y la exclusión en la formación de esos pactos políticos. Se habla de oligarquías que dominan a la mayoría en perjuicio del pueblo abnegado que siempre acepta las miserias del gobernante en turno. Pero quizá lo que no hemos aprendido aun es a respetarnos a nosotros mismos. Cada vez que hacemos honor de las miserias de nuestros gobernantes al calificarlos de "menos peor", "el que menor roba", "el que se lleva pero reparte", nos envilecemos a nosotros mismos. Nos volvemos "ilotas" o "idiotas" como diría Aristóteles, y mandamos al diablo a la cosa pública y al interés colectivo de tener un buen gobierno. Paz supo retratar la psique del mexicano contemporáneo de la mejor forma, el ninguneo y el culto a la simulación que tanto enorgullece al pueblo adormilado. Las fórmulas y el legalismo que enorgullece a los abogados más conspicuos y prósperos de este país ya no son suficientes para mitigar las necesidades y realidades de la sociedad mexicana. Los problemas han rebasado la capacidad operativa del gobierno y lo han puesto en peligro.

Al día de hoy, la Constitución es de unos cuantos que pueden, o al menos intentan entenderla, sus medios de defensa como el amparo, se encuentran alejados de las mayorías. La denominada reforma de Estado que reformaría la estructura básica del mismo ha pasado a ser un mero diseño vacío institucional de la Constitución, alejado de la población y de sus necesidades, volviendo a la Constitución un documento de especialistas y no de ciudadanos. Hoy, en el marco de esta celebración, intentemos volver a la Carta Magna un proceso cultural del cual aprendamos todos. El patriotismo constitucional busca hacer cumplir el Estado de Derecho y lo que este conlleva. Tratemos de formar un pacto político donde quepan mayorías y minorías, vencedores y vencidos. Tomarnos la Constitución en serio es un proceso de todos los días.

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