En este sentido, no veo de que otra forma pudieran protegerse (legal y legítimamente) los derechos y bienes de los individuos ante la realidad a la que tanto hace alusión Joaquín, pues la solución más legítima creo que es la legal. Ahora bien, creo que lo que sí resulta complicado en estos tiempos es identificar ante quien estamos defendiendo o resultan reclamables nuestros derechos fundamentales, ya que las estructuras delictivas y corporaciones económicas han resultado ser más poderosas que el mismo gobierno, de tal manera que actualmente las violaciones más graves a los derechos fundamentales no provienen directamente del ámbito público, sino de los mismos particulares que salen de la esfera legal para desestabilizar las mismas instituciones o para gozar de la ausencia de control normativo que regule sus actividades.
Hace poco me decía un amigo, "tus derechos están en crisis, porque no hay quien los defienda ante el poder irrefrenable del crimen organizado, la solución está en el uso de la fuerza del Estado, a costa de lo que sea". Apruebo la primera afirmación, ya que ante las circunstancias actuales creo que los derechos sí se encuentran en crisis, pero con lo que no coincido plenamente es con la solución propuesta de imponer por la fuerza indiscriminada el orden y la seguridad públicas. Tal y como les digo a mis alumnos del Aula Real, imagínense que se encuentran jugando un partido de futbol, ustedes pertenecen al equipo de gente hábil y agil que se encuentra en excelentes condiciones físicas para driblar al contrario, ante su ustedes se encuentran sus contrarios, un equipo de gente robusta y fuerte, que acude diariamente al gimnasio, pero que no entrena asiduamente tal y como ustedes lo hacen, por tanto, carece de las habilidades que se requieren para ser un buen futbolista. Se celebra el partido y ustedes comienzan a meter los primeros goles, ya que gozan de excelente habilidad para el juego, ante unos rivales bastante malos, pero muy fuertes. Ante ello, sus rivales se ven desconcertados y comienzan a agarrarlos a patadas y a detenerlos con empujones y a meter el cuerpo indiscriminadamente. Viendo esta situación el árbitro decide no sancionar a los grandulones, debido a que entiende que existe en el juego una falta de equidad, pues ustedes son más hábiles, pero su equipo contrario adolece de la excelente habilidad y capacidad física que ustedes sí tienen, situación que ellos compensarían con su fuerza física. Entonces, para el segundo tiempo, ante la golpiza que recibieron de los más fuertes, deciden armarse de palos y navajas para compensar la situación. Para el final del partido los dos equipos terminan matándose los unos a los otros, ante el asentimiento del árbitro del partido quien ha consentido toda clase de actitudes tendientes a equilibrar las situaciones, debido a las debilidades presentadas en cada uno de los bandos. En esta lucha contra la ilegalidad, siempre nos encontraremos ante jugadores más fuertes física, política o económicamente, pero al árbitro del juego no le está permitido responder con ilegalidad, o al menos, creo que es uno de los principios dentro del contractualismo contemporáneo, sino manejar las situaciones con habilidad, astucia y profesionalismo, y si no es capaz de hacerlo, retirarse y dejar que alguien más actúe.